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Reflexiones sobre la vida y el día a día

Huelga: mucho ruido y pocas nueces

Dos semanas se cumplen hoy desde la deseada —y también temida— huelga general del 29-S. Una jornada marcada en rojo en los calendarios porque vaticinaba una protesta sin precedentes, una bofetada en toda la cara al Gobierno y una muestra evidente de que los derroteros que se están tomando no convencen en absoluto a una amplia mayoría. Claro que esto es la teoría. Tras estos días las televisiones, las radios y los periódicos casi se han olvidado ya de la noticia (aquí una de las pocas actuales) de la que tantos beneficios han obtenido, y se ha pasado a comentar cualquier otra cosa. Que si Zapatero le ha dicho tal a Rajoy y éste le ha dicho cual al primero, como dos chiquillos que se pelean en el patio del colegio, que si el invierno se acerca y las lluvias amenazan con poner en alerta al país, que si Cristiano por fin se encontró con el gol… En fin, noticias de verdadero impacto —nótese la ironía— que son las que nos sacarán adelante y que además consiguen que nos olvidemos rápidamente de lo que no interesa remover.

La huelga llegó tras mucho bombo, y se hizo tarde y mal, como se suelen hacer las cosas importantes en España. Cuando las decisiones estaban ya tomadas y las posibilidades de volver atrás eran poco menos que inexistentes, cuando salir a la calle no servía más que para que los sindicatos justificasen su existencia y tapasen con un velo de supuesta reivindicación su incompetencia, y sobre todo cuando el más perjudicado, como siempre, acabaría siendo el que menos tiene. Miles de personas dejaron de ir a trabajar ese día, bien porque así lo quisieron o bien por la presencia de los piquetes. Sea como fuere, ello supuso pérdidas económicas para los trabajadores y también —no lo neguemos— posibles represalias a corto o medio plazo por parte de sus respectivos superiores. Y como estamos en una época tan boyante y hasta las clases más bajas se pueden permitir este tipo de consecuencias, qué puede haber mejor que montar una jornada de huelga que probablemente nos proporcionará cuantiosos beneficios.

Después de estas dos semanas todo quedó olvidado; los contenedores quemados ya fueron sustituidos por otros nuevos, el transporte público volvió a la más absoluta normalidad —es decir, a funcionar igual de mal que siempre— y los posibles e improbables cambios se han quedado en papel mojado. Porque nada ha cambiado. Las medidas contra las que se protestaba siguen donde estaban, los sindicalistas quedaron satisfechos por su gran labor y la población activa continúa en crisis, entre sus empleos precarios, sus contratos basura y las colas del paro. Es decir, todo sigue igual.

Quizá deberíamos aprender de los franceses, que esos sí que entienden de huelgas. Y sólo hay que echar un vistazo rápido a las noticias para comprobarlo.

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