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Reflexiones sobre la vida y el día a día

Terco pesimismo


Somos afortunados. Y mucho. Sin embargo, parece que no lo queramos ver, que prefiramos ponernos negativos y ver el lado malo de todo. Por una u otra razón, nos obstinamos en ver nuestras carencias o nuestras pequeñas dificultades como algo importante, como si fuera algo determinante en nuestras vidas, cuando lo cierto es que en la inmensa mayoría de los casos no sucede así.

Raro es el día que no oímos a la gente que se cruza con nosotros -por no decir que nos oímos a nosotros mismos- quejarse de algo. Que si los precios suben, el trabajo escasea, el jefe es un monstruo que nos amarga la vida, los niños son incorregibles, el mal tiempo, el estrés, el partido de fútbol que perdió nuestro equipo, la que se nos coló en la cola de la carnicería, el perro de la vecina... Nos quejamos por todo, sea más o menos grave, y lo hacemos con tanta frecuencia y naturalidad que casi que no nos damos cuenta de ello. Pero a veces la cosa no queda aquí, porque hay quien va un paso más lejos, y vive estos inconvenientes con tal intensidad que no es capaz de ver más allá de sus propias narices y se resigna a nadar en su miseria.

Sin embargo es fácil darse cuenta, parándonos a reflexionar un poco, que somos muy afortunados. Algunos incluso demasiado. Para empezar, porque vivimos, que ya es mucho. Qué digo mucho, lo es todo. Cuántos han pasado por este mundo y se han marchado, y no pudieron seguir disfrutándolo. Hay quien lo daría todo por vivir un poco más, aún a sabiendas de que no es algo que esté en su mano, mientras que muchos otros acaban malgastando sus vidas o, simplemente, no la disfrutan.

Sólo por eso, sin contar las cosas buenas que nos van pasando cada día, sean más o menos relevantes, ya deberíamos ser felices. Pero sin embargo nos empeñamos en querer más y más, lo que tenemos siempre nos parece poco y sólo cuando acabamos perdiéndolo es cuando nos damos cuenta de su valor. Más dinero, más salud, más comodidades, más de todo. Si no lo logramos, nos sentimos tremendamente desdichados, pero si lo conseguimos no tardaremos en olvidar cuánto lo deseábamos y pondremos nuestra mira en otra cuestión, probablemente un poco más complicada aún de conseguir, y de esta forma volvemos al estado anterior, cerrando así un círculo vicioso en el que nos movemos constantemente.

Resulta un tanto triste comprobar que no somos capaces de ver todo lo bueno que nos pasa ni vivirlo; día tras día seguimos quejándonos y entristeciéndonos por naderías. Siempre hay cosas buenas y malas, pero somos nosotros los que tenemos que elegir si preferimos disfrutar de las primeras o pasarnos el tiempo lamentándonos de las últimas. La vida es muy corta para perderla en este tipo de asuntos, que no aportan beneficio alguno pero desde luego sí bastantes perjuicios.

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