En una época en la que la sociedad occidental parece estar más avanzada que nunca, en la que la libertad, la igualdad y la solidaridad están en boca de todos, y cuando parece que las ideas arcaicas quedaron por fin en el olvido, resulta cuanto menos chocante comprobar cómo aún estamos muy lejos de conseguir estos objetivos que a veces parece, erróneamente, que ya disfrutemos. Un ejemplo evidente de ello nos viene a la cabeza tras ver el reportaje que hace unos días emitió La Sexta (aquí más información) sobre una familia estadounidense de lo más peculiar, los Phelps, abanderados de una nueva religión, cristiana y basada en las enseñanzas que se desprenden de la Biblia, pero que tiene como principal característica un grado de intransigencia tremendamente elevado hacia aquellos que no comparten ciegamente su credo.
De la mano de su anciano fundador, Fred Phelps, los componentes de la familia, niños y bebés incluidos, que son al mismo tiempo prácticamente los únicos miembros de la peculiar religión, se dedican a predicar un mensaje de lo más cristiano –nótese la ironía- y que en pocas palabras se puede resumir en que Dios nos odia a todos, especialmente a los gays, y se alegra de nuestras desgracias (del holocausto, del 11-S, de los atentados de Atocha, por poner algunos ejemplos) como un niño al que le dan un caramelo. Desde luego es una forma de ver las cosas muy heterodoxa, por decirlo de alguna manera un tanto suave.
El caso es que esta familia, ni corta ni perezosa, se dedica en cuerpo y alma a manifestarse contra el sistema, contra todo y contra todos, atacando a aquel que no esté de su lado y muy especialmente a los gays, que curiosamente parecen concentrar la mayor parte de su odio y rabia y sobre los que recae constantemente el grueso de sus críticas. Eso sí, no parecen preocuparse ni un ápice por los pobres, los desfavorecidos, los enfermos o los que por las injusticias del mundo en el que vivimos se encuentran en situaciones de inferioridad con respecto al resto. Será que no tienen tiempo para cuestiones tan banales como ésas. Tampoco parecen muy descontentos disfrutando de una buena posición económica fruto de sus empleos (curiosamente son abogados, con lo que día a día trabajan con la ley a la que tanto atacan y que es fruto, según ellos mismos, de fags que no merecen más que la muerte) ni de las nuevas tecnologías –internet, móvil y demás- que no son más que productos de la sociedad en la que viven día a día y que tanto detestan.
Será que con tanto criticar al prójimo la fuerza se les acaba yendo por la boca; al final cada cual barre para su casa y se va quedando con lo que más le interesa, esté o no en consonancia con lo que predica. Y que nos quiten lo bailado. Serán raros, extremistas o polémicos, pero desde luego no tienen ni un pelo de tontos.